viernes, noviembre 07, 2008

De una comunicación multimedia a una ortografía decadente

Josune Ayestarán

Hace ya más de una década que Internet llegó a nuestras vidas. Hasta entonces, el mundo todavía era mundo y no una creación virtual. Como si de un extraterrestre se tratara, al principio todos recibimos el nuevo invento con cierta desconfianza. Con el tiempo, aunque algunos más que otros, fuimos adquiriendo destreza con el ratón navegando a lo largo y ancho de este mar inmenso de información. Poco a poco, hemos aprendido a convivir entre portales, blogs, cookies, interface, RSS… Así, hasta la llegada del último gran boom de este planeta web: las redes sociales.

Facebook y Tuenti constituyen, hoy por hoy, el principal lugar de encuentro de los jóvenes, y también de los no tanto. A tenor de las explicaciones que Mark Zuckerberg ofreció en su visita a la Universidad de Navarra, el concepto que subyace tras Facebook parece sencillo: un lugar donde la gente pueda charlar y compartir fotografías. En cambio, muchos son los que se lamentan ahora de no haber sido capaces de vislumbrar tal como lo hizo Zuckerberg en su día cuál sería la “gallina de los huevos de oro”.

La comunicación es algo esencial e inherente al ser humano, pero más en nuestros días. Basta con echar un vistazo al número de estudiantes que salen cada año de estas facultades. Sin embargo, no deja de resultar paradójico que, al mismo tiempo busquemos evitar enfrentarnos cara a cara a nuestro interlocutor y prefiramos continuar sin movernos de nuestra silla mientras mandamos un email al compañero sentado justo a nuestro lado. Sí, realmente las herramientas que nos permiten estar en contacto con personas situadas en cualquier punto del globo han sido el gran invento del siglo XXI. Pero, a este paso, esa ansiedad por hablar va a acabar con la comunicación en su estado más primario: la conversación personal.

Escribir con corrección no cuesta nada

Otro aspecto es el del lenguaje. Los tecnicismos referidos a la red han invadido nuestro diccionario habitual y la necesidad de teclear las palabras a velocidades indescriptibles han hecho que estas sufran una mutación para convertirse en una especie de jeroglíficos. Esto, unido al deterioro del nivel educativo y a la disminución de los hábitos de lectura, ha provocado que los estudiantes lleguen a la universidad sin saber escribir de forma correcta.




En este contexto, incluso la propia universidad se ha visto obligada a poner freno a tanta falta ortográfica. Incluso, más de un profesor se dedica en su tiempo libre a organizar rankings de las mayores barbaridades localizadas en los exámenes de sus alumnos. Valga este momento para recordar una de los libros más amortizados durante la carrera de Periodismo. Sí, efectivamente hablo de la RAE y nuestro ilustre amigo Casado. Ya se sabe, “a buen entendedor pocas palabras bastan”…

Por tanto, no parece justo señalar a las herramientas que nos proporciona Internet como las únicas culpables de todas las incorrecciones ortográficas. Asumamos cada uno nuestra parte de responsabilidad, tanto desde los centros educativos y la propia web pasando por los medios de comunicación (que también tienen lo suyo) hasta llegar a la de los propios estudiantes. Conclusión: aquí no se salva nadie. El truco, saber distinguir y manejar el lenguaje adecuado a cada momento. Se trata de respetar el código establecido de acuerdo a las condiciones que rodean al acto comunicativo en cuestión. Ya lo dice Gabriel Trujillo en su artículo La selección natural de las palabras.

Pero, ¿cuál es el papel que tiene el periodista en este nuevo contexto?

Al profesional de la comunicación (lo que hasta ahora básicamente ha sido el periodista) no le ha quedado otro remedio que convertirse en una especie de “navaja suiza”, preparado para grabar en vídeo lo que está pasando al mismo tiempo que escribe en su cuaderno las declaraciones más interesantes de la rueda de prensa y que retransmite en directo a través de su móvil la crónica del día.

En consecuencia, esa presencia multimedia le obliga a desarrollar la capacidad de adecuarse a cada uno de los registros lingüísticos exigidos por cada soporte de forma que la comunicación sea llevada a cabo de forma correcta, no sólo en aquellos aspectos referidos al contenido sino también en los que atañen a lo formal. No olvidemos que, al fin y al cabo, la comunicación consiste en un intercambio de conocimiento por lo que corresponde a los profesionales de este ámbito, como principales impulsores y encauzadores de ese proceso, ser los primeros en predicar con el ejemplo. El profesor de enseñanza secundaria por la especialidad de Lengua Castellana y Literatura Eduardo Martín Larequi García da algunas pistas al respecto en Ortografía y expresión escrita en los blogs educativos.