jueves, noviembre 15, 2007

Por culpa de Orihuela


Por: Dayana Figarella.

Él era un señor canoso italiano: Mauricio Rigatoni y rondaba los 55 años de edad. Inclinaba su cabeza en el Muro de los Lamentos, en Jerusalén. Ese día de julio del año 1999 se congregaban cientos de personas y las oraciones se confundían entre tantos idiomas. Y es que el lenguaje celestial es universal. La chica le coqueteaba al joven en el notable bar y librería Clásica y Moderna de Buenos Aires, allá por el año 2.000. Es lógico, como se puede resistir ante el espectáculo que proporciona la estética porteña masculina. Ya en las aguas del Mar Caribe, los adictos al kitesurf jugaban con el viento en la isla de Margarita, mientras que el se dejaba escuchar DJ Tiesto en el hotel Yaque Paradise.

Todos estos personajes han sido parte de historias y bitácoras redactadas desde el rincón de la redacción del diario El Nacional, en Venezuela. Unos cuantos años desgranando palabras, gestos y anécdotas que han alimentado cientos de reportajes. Es la sensación –quizá un poco ególatra- de tener el poder, cuando se conocen tantos lugares y luego los puedes compartir con los 250 mil lectores de la edición de Viajes durante todos los domingos. Pero el poder también se extiende más allá, cuando aprovechas la oportunidad para promocionar y rescatar del anonimato a un destino turístico poco conocido (como por ejemplo, Petra, en Jordania, o el Golfo de Cariaco, en Venezuela), o bien a tantas historias como personas.

En el papel impreso muchos han sido mis protagonistas, pero me temo que desde hace un buen tiempo el viejito italiano, la argentina y los kitesurfistas se han convertido en los principales actores de la comunicación pública con la llegada de Internet. De una u otra forma estamos conectados en la aldea global, aunque Rigatoni tenga la valentía y la habilidad para hacer un click en la computadora y compartir algunas de sus penas, tal como lo hacía en el Muro de los Lamentos. Se sabe el cambio cultural con la introducción de las nuevas tecnologías crea un desfase, tal como lo puede vivir él y nuestros padres. A través de los e mails que envía una vez al año, hijo de Mauricio Rigatoni recibo sus saludos.

Después de tantos coqueteos, nunca más supe del destino de la pareja de argentinos; y de las actividades del grupo de kitesurfistas siempre me entero por la web; pues no dudan en ahondar sobre las últimas tendencias y competencias en el mundo y con ello ratificar que su habilidad va más allá del viento y del mar.

De acuerdo con el tipo de empatía y agradecimiento mutuo, he disfrutado mucho desde que empecé a recibir noticias de algunos de ellos. Pero creo que pequé de ingenua en los recursos que nos da la revolución tecnológica. Y es no había internalizado totalmente la idea que hoy todos los usuarios corrientes, como tantos a los que incluyo en los reportajes, que comparten un mismo espacio en la red; una misma plataforma de conocimientos. Ahora ellos tienen la potestad de escribir y publicar donde sea y de contar sus propias historias en los blogs y ni siquiera tienen a un Hernán Carrera –mi editor favorito-para que les apruebe un título. Escriben lo que sea y más aún lo hacen fuera de los medios tradicionales. Privilegiados ellos con estas nuevas redes sociales que se están creando al margen de los medios de comunicación usuales.

La culpa –se le perdona del todo- es de José Luís Orihuela, quien abrió las puertas del aula del MGEC para evangelizarnos sobre el poder de Internet, los weblog, junto a las nuevas tecnologías, así como todo el contexto que refleja 10 paradigmas de la e- comunicación. Las herramientas de Google y Wikipedia siempre me eran útiles para precisar algunos detalles que siempre quedan en el aire, o mejor dicho, en el propio destino turístico. Las imágenes de National Geographic eran un “must” para deleitarme cuando el ritmo del trabajo se reducía un poco. De manera psicótica, no dejo de revisar la página de Globovisión y de CNN en español, quien además cachetea con su tipo de periodismo. Youtube ya forma parte de la cotidianidad y hasta mi padre ha revivido sus años mozos allí con Héctor Lavoe, pero desde lejos, porque como Rigatoni, no toca la computadora. Yo a cambio lo torturo con Fito Páez.

Indefectiblemente caí en las redes de Orihuela. Incluso antes de leer la famosa revolución de los blogs, ya estaba aprendiendo como hacer el mío propio y poder imprimirle un cariz distinto a los reportajes de viajes, mientras me convierto en un medio como usuaria corriente. Todavía no había sucumbido ante la presencia del facebook, por considerarla voyeurista e intrusa de la intimidad. Hoy, ya tengo publicada allí algunas de mis fotos personales más recientes. Ya es inevitable. Las cartas ya están echadas. Al menos, entre tanto frío y la distancia con el terruño, en Pamplona he encontrado un nuevo tipo de seducción.